Vamos a iniciar este apartado, con un pequeño fragmento del libro "Mi hijo es el mejor, y además es mi hijo", que D. Jose Maria Buceta,Profesor de Psicologia de la UNED y seleccionador Femenino de baloncesto en difentente etapas, publicará en breve, dirigido a padres de deportistas jovenes y recomendado a entrenadores, directivos y quienes tenemos responsabilidades en el deporte de formación.
Uno de los principales valores que puede desarrollar el deporte colectivo es trabajar en equipo. Esto supone, en primer lugar, aceptar que no eres tú solo, sino que tienes que cooperar con tus compañeros y adaptarte a la directriz común que el entrenador señala, que puede no ser la que a uno le gusta. Hay chicos y padres que lo comprenden bien desde el primer momento. A otros les cuesta más. Muchos lo entienden cuando les favorece, pero no cuando les perjudica. Algunos no llegan a comprenderlo, o no quieren comprenderlo, y van a su bola. Estos últimos, salvo que sean verdaderamente excepcionales, e incluso siéndolo, es difícil que avancen y lleguen lejos. La cooperación y el sentido de equipo son clave; y tarde o temprano, tanto en el deporte como en otras facetas de la vida, todos necesitamos ayudar y ser ayudados, por lo que aprender a trabajar en equipo es algo muy valioso.
Uno de los asuntos más relevantes en un equipo deportivo es el de la titularidad y la suplencia. Según pinte, es una de las principales fuente de satisfacción, descontento o queja de jugadores y padres. En la gran mayoría de los casos, los que juegan más en los partidos (y sus padres) están más satisfechos que los que juegan menos (y sus padres). Es lógico. Lo que los jugadores quieren es jugar. Para eso están ahí. Algunos se sienten cómodos jugando poco, pero son una minoría. Si estás en un equipo de fútbol, vas a entrenar dos, tres o cuatro días a la semana y tienes un partido los sábados, lo que quieres es jugar ese partido; y si puede ser entero, mejor. Una sana aspiración que denota interés y motiva para esforzarse y ganarse el puesto; pero que si no se satisface mínimamente, puede provocar frustración, desmotivación y el abandono de la actividad. Como es obvio, no todos los jugadores de la plantilla pueden jugar siempre todo el partido; pero si un chico apenas juega, sobre todo en las edades más tempranas, lo normal es que se aburra, se enfade, se desanime, y si tiene otra alternativa que le atraiga, pierda interés por el deporte y acabe retirándose.
Ahora bien, los chicos deben disponer de tiempo de juego en los partidos siempre que se lo ganen. En ocasiones, la idea de que todos tienen que jugar con independencia de su nivel deportivo ha sido mal interpretada. He visto defender que cuando se trata de chicos pequeños, en los partidos tienen que participar todos aunque falten a entrenar sin causa justificada, se pasen el entrenamiento molestando a los demás, desobedezcan al entrenador o no se esfuercen. Un gran error educativo. Jugar es el premio que hay que ganarse con el comportamiento y el esfuerzo durante la semana. Se puede admitir que un niño tenga menos condiciones o juegue peor que los compañeros, pero no que falte, sea impuntual, se comporte mal o no se esfuerce dentro de lo razonable. Si se pretende que el deporte no sea simplemente una actividad de ocio, sino una poderosa herramienta educativa para el propio deporte y la vida en general, es clave vincular la participación en los partidos a estos elementos. Si el chico cumple, se comporta correctamente y se esfuerza en los entrenamientos, se le premia con un tiempo de juego razonable. Si no es así, no se le puede equiparar a los compañeros que cumplen, se comportan y se esfuerzan. La lección pretende que el muchacho aprenda que el premio tiene un coste que depende de él, que se debe respetar a los compañeros que cumplieron y que podrá jugar cuando cumpla como ellos. Asimismo, es muy conveniente que sea el que sea el nivel deportivo, todos los jugadores pasen por el banquillo y vivan esa experiencia. Así, aprenderán a estar en un equipo remando desde las posiciones que menos gustan y comprenderán mejor a los compañeros que en su momento sean suplentes.
El club y el entrenador deben decidir cuáles serán los criterios sobre la titularidad/suplencia y el reparto del tiempo de juego que aplicarán en sus equipos, y explicárselo bien a los deportistas y a sus padres desde el primer momento. Una regla básica: no mentir. Algunos entrenadores dan falsas esperanzas diciendo, por ejemplo: “si entrenas bien, vas a jugar de titular”, cuando en realidad tienen claro que no cuentan con ese jugador porque en su puesto hay otros dos en los que confían más. Aunque no guste oírlo, y para el entrenador resulte más violento decirlo, jugadores y padres aprecian más la dura verdad que una mentira esperanzadora que tarde o temprano se descubrirá. La verdad permite que cada uno asuma su situación con realismo, y a partir de ahí, decida y actúe. “Si mi hijo y yo sabemos que el entrenador no cuenta con él, nos podemos plantear cómo aprovechar mejor la temporada sin llevarnos un disgusto cada semana cuando vemos que el chico no está en la alineación”, me dijo Arturo, padre de un futbolista de 16 años que apenas jugaba a pesar de las promesas que le habían hecho cuando le ficharon.
La participación en las competiciones es fundamental en cualquier edad, ya que de otra forma, la motivación y el esfuerzo de los deportistas decaerán. Lo más apropiado es que en las edades más tempranas, la titularidad y el tiempo de juego se vinculen al cumplimiento en los entrenamientos, el esfuerzo, el compañerismo y el buen comportamiento, que deben predominar sobre el nivel deportivo; y que este último adquiera más peso progresivamente, en la medida que los deportistas maduren. A partir de la categoría cadete (15-16 años), y sobre todo en la etapa juvenil/junior (a partir de los 16 ), los chicos deben exponerse a la realidad de su deporte (por ejemplo, jugar poco) y aprovecharla para endurecerse y crecer. Sea este o cualquier otro el criterio a seguir, los clubes/entrenadores deberían informar a los padres sobre su política de titulares/suplentes y reparto del tiempo de juego, de forma que estos puedan comprender las decisiones del entrenador y ayuden a que sus hijos entiendan, acepten y sobrelleven su situación actuando de la mejor manera posible para aprovechar la experiencia. Y si los clubes/entrenadores no lo hacen, es muy oportuno que los padres lo pregunten.